viernes, 22 de julio de 2011

La espera (Tercera parte)


III

Continuó observando a su paciente haciéndolo palidecer y orillándolo a revolverse las manos nerviosamente; por fin, luego de llevar a cabo tal suerte de tortura, el doctor se reclinaba sobre su silla comenzando a hablar de nuevo.
- Cierto, había pasado por alto la existencia de Julia hasta ahora. Veinticuatro años, si no mal recuerdo; una joven inteligente y bien educada que no hace mucho terminó una relación de bastante tiempo. – Aunque parecía citar todo esto de memoria, el doctor hojeaba con celeridad su libreta. – Según le contó ella, cuando residió en España cambió muchos de los elementos de la forma de pensar que le fue impuesta por sus padres. Ahora, supongo que no ignora usted que no es del todo indiferente para las mujeres, aun después de haber pasado por lo que pasó. Por otra parte… bueno, son tres años… son sólo tres años de diferencia entre la edad de Julia y la suya… disculpe si sueno ofensivo, pero debemos admitir que se trata usted de un caso sui géneris. – El doctor soltó una aguda y breve carcajada, a lo que su paciente reaccionó con una pronunciada molestia. – Oh, vamos, no se enfade; creo que luego de este par de meses que llevamos de tratarnos se habrá generado ya una considerable confianza entre nosotros.
- Confianza que nos alcanza bastante bien como para que venga yo a pedirle que me ayude a interpretar un sueño pero no así para dejar de seguir dirigiéndonos uno al otro de “usted”, doctor – repuso su paciente con evidente enojo.
- De acuerdo, estoy totalmente de acuerdo en ello, así que es buen momento para comenzar: permíteme decirte que eres todo un caso, muchacho – el doctor mostraba una enorme sonrisa, no así su paciente, quien al escucharlo dejó aparecer en su rostro un temor que puso a temblar sus labios.
- ¿Cree usted que debo regresar a…?
- Oh, no digas eso, - reparaba con prisa el doctor al ver la preocupación del joven – un sueño nunca habrá de determinar tu estado mental con precisión, no fue eso lo que quise decir. Cuando te digo que eres todo un caso, me refiero a que tu cerebro difícilmente se doblega o se sublima en su estado consciente, tanto así que mucho me temo que habré de emplear un método que sé que no te agrada, pero hay algo que conscientemente aún no me has revelado, y es necesario atar algunos cabos sobre el asunto de Julia, después de todo, como dije, son sólo tres años de diferencia…
- ¡Ni siquiera lo pienses, doc! – dijo el paciente entre indignado y asustado.
- Pero si aún no te he dicho lo que haremos – decía el doctor sin dejar de sonreír a su paciente.
- Hablo de Julia, que no se te cruce siquiera la idea de que tengo alguna otra intención con ella, pues aunque suelo bromear al respecto, me he tomado muy en serio el asunto de que pronto seré su padrastro. Juro que lo único que me he propuesto para ella es protegerla y ayudarle – era evidente la exaltación del chico.
- Precisamente hay un cabo que necesito atar entre tu sueño y las intenciones que tienes con “tu hijastra”. Créeme que no quisiera hacer esto muchacho, pero es necesario que te haga entrar en estado hipnótico.

Apenas terminó de decir esto el doctor, el joven entró en pánico; le rogaba, le suplicaba al doctor que no lo hiciera hablarle bajo los efectos de la hipnosis.
- ¡Por favor! Pregúntame todo lo que quieras, te lo contestaré con la mayor honestidad, pero te imploro que no me hipnotices, doc, ¡me da miedo entrar en ése estado! – gritaba el muchacho con lágrimas en los ojos, mientras el semblante del doctor se hacía cada vez más serio, hasta el punto en que su rostro se endureció por completo.
- Sabes que todo lo que me digas es altamente confidencial; por ahora me remitiré a obtener únicamente lo que quiero sobre éste asunto en específico, así que puedes dejar de preocuparte por todo lo que tenga que ver con Leonora.
- ¡De verdad, te lo suplico doc! Te hablaré de todo lo que tiene que ver con mi madre; pregúntame lo que sea, lo que sea.

Al escuchar esto, el doctor retrocedió, casi con espanto; el chico, ya sin sentirse acorralado por su doctor, pareció recobrar la serenidad.
- ¿Has dicho “tu madre”? ¿Tu madre… tu madre se llama Leonora? ¿Ella es Leonora? – preguntó el doctor con un gran asombro.
- Así es, es ella… ella es Leonora, doc. – El muchacho rompió en llanto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario