jueves, 16 de junio de 2011

La espera



I

“Había un león, perseguía algo; yo mismo lo vi pasar frente a mí sin que reparara siquiera en mi azorada presencia. Intenté correr en busca de un refugio, pero de inmediato me contuve pensando en que si el león advertía mi terror y mi carrera desesperada, andaría tras de mí sin la menor cavilación, pero apenas me volví sobre mis hombros, pude notar que la bestia acaso habría notado que me encontraba allí. Esto fue demasiado, así que con una exaltación indescriptible, me lancé en su persecución; muy pronto pude ver que lo que lo mantenía ocupado era un par de ciervos, que galopaban desesperadamente sin que sus músculos raquíticos pudieran sostener más la huída. El de mayor tamaño fue el primero en caer; asumo que era el más viejo, pues bastó con un ataque directo a la yugular por parte del león para que se desplomara como un costal lleno de arena. Poco después, el segundo rodó por un acantilado no muy lejos de donde yo apenas si podía mantener mi paso; el león, con una habilidad y una fiereza inconcebibles, se abalanzó por encima de él, cayéndole como un enorme mazo sobre el lomo; el ciervo emitió un sonido desgarrador, como si se tratara de un llanto que ansioso esperaba a ser rozado por el viento, pero en seguida se vio sofocado por la avidez del león que le acometía con garras y dientes hasta dejar su cuerpo en estado convulso. Luego, altivo, el león rodeó el cadáver, y al percibir que del hocico del ciervo en agonía comenzaban a emanar chorros de sangre, deslizó su lengua sobre el mismo, deleitándose a cada hervor con la sangre fresca de su víctima. ¡Yo mismo pude reconocer en su expresión el placer que le causaba realizar tal perversidad! Disfrutaba el sabor de la sangre de aquella criatura mientras yo permanecía inmóvil con el miedo exprimiéndome hasta la última gota salada de la piel.
“De repente, la bestia se detuvo y alzó su rostro para lanzarme una mirada; sentí una fuerte opresión en el pecho, mientras mi voz se apagaba hasta la opacidad del susurro. El león, con aire de triunfo, se encaminó con pasos tan pesados como arrogantes hacia mí; yo no sabía qué hacer, tenía muy presente que si me movía bruscamente intentando huir, correría con la misma suerte de los ciervos, por lo que lenta y cautelosamente fui dando pasos hacia atrás para mantener la distancia, pero el león apresuraba más su paso. Mi desesperación, que ya para entonces sobreabundaba mi cuerpo, llegó a su clímax cuando, de pronto, pude sentir a mis espaldas un enorme muro de piedra… sin darme cuenta, al perseguir al león, había entrado también al acantilado.
“El león supo que me encontraba acorralado, creo no mentir al afirmarle que pude observar en sus fauces una mueca similar a una sonrisa; al ver esto, no pude hacer más que cerrar los ojos y apretarme contra la roca esperando lo peor. Lo siguiente que recuerdo es haber sentido el terso pelaje de la bestia acariciando mi pierna derecha; inmediatamente abrí los ojos y pude ver en su mirada que al haber ido por mí, lo último que pretendía hacer era victimizarme; no obstante, de mi bolsillo izquierdo saqué mi cuchillo, pero el animal se dio la vuelta con indiferencia, como si supiera que el poco valor que me sirvió para meter la mano en el bolsillo era insuficiente para determinarme a atacarlo. Después, se mantuvo largo rato mirando hacia donde yacía el cadáver del ciervo más grande, alternando sus ojos entre éste y mi mano izquierda; luego de esto comenzó a andar hacia el cadáver, volteando hacia mí con frecuencia, hasta que se detuvo para expulsar un rugido ensordecedor. Posteriormente se mantuvo mirando el cuerpo inánime del ciervo, y aunque mis piernas temblaban, caminé igualmente hasta el animal muerto, tomando con fuerza el mango de mi cuchillo; al ver que mantenía asido mi cuchillo, el león comenzó a relamerse el hocico. Me acerqué al ciervo y lo tomé del cuello, pero al sentir la humedad de su sangre, retiré inmediatamente mi mano sin poder evitar sentirme un tanto asqueado; por el contrario, al ver mi mano ensangrentada, el león comenzó a lamerla, limpiando casi por completo el rojo que la abundaba; una vez que hubo terminado, volvió a contemplar el cadáver, relamiendo sus fauces nuevamente. Repetí la acción al menos en tres ocasiones, hasta que el león volvió a rugir, pero ésta vez sin tanto estruendo, por lo que reuniendo fuerzas y valor, enterré el cuchillo en el cuerpo del ciervo, realizando una abertura desde su garganta y a través de su vientre. Contrario a lo que pensé, el hacer esto no provocó en mí el menor desagrado; poco después de terminar de abrir el cadáver y al ver que el león no se animaba a continuar lo que yo había iniciado, comencé a cortar un trozo de la carne del ciervo, se lo acerqué al león y de inmediato lo devoró, pero su nuevo rugido me indicaba que no se disponía a cortar otro pedazo por sí mismo, así que volví a hacer lo mío, terminando por alimentar a la bestia hasta dejar el cuerpo del ciervo en huesos. Imaginé que al terminar con el ciervo mayor me llevaría hasta el segundo, pero no, el león se limitó a lamer mi mano un par de veces más y, luego de frotar su enorme cabeza contra mi pierna, se desplomó a mitad del acantilado, sumiéndose en profundo sueño.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario